ÁMBAR
El nombre de ámbar parece derivar de la palabra de origen árabe al ambar (dorado), en alusión al color amarillo típico de esta resina fósil originada hace millones de años por una conífera (Pinus succcinifera) actualmente extinguida, pero muy abundante en los inmensos bosques del período Terciario.
El empleo del ámbar por el hombre se remonta a épocas pretéritas. Ya en la edad de bronce era empleado para construir objetos diversos y, posteriormente, los intercambios comerciales entre las poblaciones contribuyeron a su difusión, desde las localidades donde se encuentra en Europa septentrional, a toda la zona mediterránea. El origen de esta sustancia fue durante mucho tiempo desconocido, y sobre él se elaboraron hipótesis originales y extrañas; se pensó, por ejemplo, que era orina de lince solidificada, o que derivaba de un extraño proceso de condensación de los rayos solares durante la puesta del Sol. Los griegos notaron su peculiar característica de electrizarse al ser frotada con un paño, lo que contribuyó a difundir creencias sobre la capacidad curativa del ámbar que, incluida entre las “piedras de fuego”, era considerada adecuada para la cura de enfermedades respiratorias y nerviosas. Se creía, además, que infundía coraje a los gladiadores, que protegía a las mujeres de los abortos y que constituía un excelente cosmético para la piel. Por último, era considerada un talismán contra las brujas y los demonios y para proteger a los niños de los peligros del fuego y del agua.
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